La
ley de los ciclos nos indica que todo vuelve y retorna a través de
ritmos
continuados, periodos que van a marcar una diferente influencia en
los procesos
regenerativos de cada chispa vital, bien nos refiramos a una galaxia,
a un
planeta, como a un ser humano.
De la misma manera que se produce en
el transcurso
de un año la sucesión de la primavera, el verano, el otoño y el invierno,
como cuatro diferentes manifestaciones por donde han de pasar los
procesos
concretos de la regeneración natural, también un año zodiacal nos reflejará
los ciclos de paso del sistema solar a través de las doce
constelaciones que
dan lugar al establecimiento de cada Era o lapso temporal sujeto a
concretas características
e influencias.
Lo
mismo sucederá a un planeta cuando establece una órbita en torno al sol,
a un satélite que gira alrededor de un planeta, como a cualquier ser
que habita
en distintos mundos o reinos de evolución.
Así pues el alma
necesita de una
vestidura formal que experimente su propia primavera, verano, otoño
e invierno,
ciclos naturales que a cualquier aspecto de la vida le será útil
para que pueda
haber regeneración.
Nosotros
como seres humanos funcionamos exactamente igual, gracias al principio
hermético que nos confirma que «lo de arriba es como lo de abajo»,
lo que
permite que todo microcosmos tienda a funcionar de la misma manera
que el
macrocosmos donde se sume.
Este
pequeño universo que constituye lo humano requerirá asimismo de pulsos
concretos que regulen la existencia, como de ciclos alternativos
mediante los
cuales podamos regenerarnos de todas aquellas energías de desecho
que no nos
vayan siendo convenientes para la vida.
De igual manera los procesos orgánicos
necesitarán de todo un mecanismo de ajuste, como también le sucederá
a nuestra personalidad, en todos y cada uno de los factores que han
de
madurarnos
y concedernos ese tono preciso que confirma a nuestra alma.
En
consecuencia, si hablamos de ciclos y ritmos hablamos de latidos, de frecuencias,
periodicidades alternas que definen tanto nuestra angustia como nuestra
serenidad. Es por ello que el ritmo cardiaco, como todos los procesos del
sistema nervioso, son aspectos determinantes en el desarrollo del
individuo, estableciendo
en sus ciclos expansivos como retroactivos el oportuno convenio
del
centro emocional con el intelectual.
En
efecto, ya que podríamos asegurar que «así respiramos así somos»,
o lo
que es lo mismo: así consideramos nuestras circunstancias, nos
identificamos con
el entorno, así favorecemos ritmos equilibrados o ansiosos.
A
través de estos ciclos pasamos por procesos de depresión, procesos
de euforia,
fases infantiles que requieren laboriosidad y aprendizaje,
adolescencias que
confirmen concretos rasgos de la identidad, como periodos de
ancianidad donde
las inquietudes disminuyan y la energía vital se apague.
Necesitamos ciclos
de vida y ciclos de muerte, periodos donde se produzcan dilatadas experiencias
como seres humanos para luego dejar nuestro cuerpo físico y poder así
renovarnos en la condición incubadora que requiere el paso a un
nuevo ciclo.
GUÍA
Nº 12.- SAMSARA ES
TIEMPO
Por
Antonio Carranza.
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